Reunidos en la casa de Tute en San Telmo unas horas antes de su habitual partido de fútbol de los martes, los dibujantes terminaron de colorear la ilustración que se ve en estas páginas. Allí aparecen abrazados, con las tapas de sus libros estampadas en las remeras. A pedido de adn cultura, cada uno dibujó al otro. Los dos quedaron conformes con sus respectivas caricaturas.
Sobre el tablero de trabajo de Tute está el boceto de la tira de Batu que saldría publicada al día siguiente. El humorista, que dedicó el libro a su infancia, cuenta: "Las cosas que le pasan a Batu son las que me sucedían a mí de chico, cuando no existían Internet ni la Playstation. Su amigo Boris, en cambio, representa a los chicos de hoy, conectados a la Web y al celular". Su criatura, dice, surgió después de una larga búsqueda: "Desde muy chico quise armar mi familia de personajes para una tira. Pero recién hace un año que lo hago. Busqué al personaje por todos lados. En un momento fue un payaso de circo. Cuando surgió este niño de los años setenta, lo cargué de características de personajes que habían quedado por el camino y de vivencias propias".
-¿Cuáles son sus respectivas fuentes de inspiración?
T.: -En la tira me abstraigo de la realidad más dura, aunque creo que siempre se cuela algo. Trato de que la historia permanezca en un ámbito fantasioso. Pero hay lugares reconocibles: los escenarios donde se mueven Batu y sus amigos son las calles de San Telmo y Barracas, y las del sur de conurbano, donde me crié.
M. A.: -En mi caso, cada tanto paso a la crónica diaria pero no siento que eso me quede muy cómodo. Todo lo que sucede alrededor te influye, pero uno decide si lo refleja o no.
Jim, Jam y el otro son tres personajes que no están identificados. Ni los habituales seguidores de la tira saben quién es quién en ese trío de amigos. En el prólogo del libro de Max, Tute escribió sobre ese tema: "¿Quién es Jim? ¿Quién es Jam? ¿Y el otro? El lector podrá jugar a adivinar cuál es cuál".
-¿A quién representan?
M. A.: -Son un chiste interno con dos amigos de toda la vida. Son nuestros álter egos. Al principio, la historia tenía cierto anclaje autobiográfico, pero el tiempo hizo que mutara y dejara de ser un chiste de amigos. Empecé a hacer la tira hace varios años, pero recién en 2008 la presenté al diario. Como los personajes de tinta no cumplen años, me puedo permitir representarlos en tres instancias temporales fijas: niñez, juventud y vejez.
-¿Comparten los códigos de humor?
M. A.: -Creo que tenemos un sentido del humor parecido, pero no es mimético. Mi acercamiento a la sitcom norteamericana es el punto más alejado de Tute. Además, yo tengo un origen más cercano a la historieta y él, al humor gráfico.
T.: -Los dos somos cultores de un amplio abanico dentro del humor: podemos reírnos de las groserías más guarras y de los chistes más refinados. Como punto de contacto también podría mencionar la poesía, en especial el trabajo que hace Max en el sitio web Historietas reales. La suya, que se llama Los resortes simbólicos , está cargada de poesía. En ese punto hay un contacto con mi página dominical en la Revista de LA NACION.
Tute dibujado por Max Aguirre y Max dibujado por Tute,
ambos luciendo en sus remeras los personajes del otro.
-¿Se ponen límites u objetivos para hacer humor?
T.: -Cuando hacía el cuadro diario, en la última etapa me sentía muy libre. Pensaba una idea sin un camino prefijado, lo que me causara gracia iba a estar bien. La primera etapa, en cambio, había sido más esquemática. Tenía una carpeta con chistes clasificados por temas: astronautas, política, deportes. También, una que se llamaba Varios. Un día me di cuenta de que ésa estaba más llena que las otras. O sea que los chistes disparaban para otros lugares. Me dejé llevar por ese devenir y el resultado fue un humor más fresco.
T.: -Me parece que está bueno hacer humor con cualquier cosa. Pero a mí no me sale. Hay temas con los que no puedo ser gracioso. Me acuerdo de que cuando derribaron las Torres Gemelas, Rep sacó una tira que me pareció fantástica y me causó gracia, pero yo jamás podría haberla hecho. Me sentiría incómodo.
M. A.: -Creo que es válido hacer humor con cualquier cosa, el problema se produce cuando alguien se siente ofendido, cuando el chiste es forzado o se hace por puro efecto. Hay una moda de hacer humor políticamente incorrecto.
T.: -Pensando en el arte en general, no sólo en el humor gráfico, finalmente lo que cuenta es cuánto le cree uno al autor. Quino ha hecho humor con casi todo y ha sido profundo, agudo, seguramente alguna vez ha generado incomodidad. Uno lee sus tiras y ve al autor detrás. Es una obra con una ideología y una preocupación. Por ese mismo motivo hoy deja de hacer humor. Siente que se repite en las ideas, en los mecanismos. Cuando le creo al artista y lo veo detrás de su obra, no me importa sobre qué hace humor.
M. A.: -Yo dibujaba, hacía caricaturas. Primero estudié dibujo con una profesora del barrio y a los trece entré en la escuela de Garaycochea. En un momento intenté dedicarme a la historieta pero la falta de trabajo me llevó a la publicidad: fui director de arte durante varios años. Con el tiempo, la ilustración me volvió a acercar a la historieta.
T.: -Nací en una casa de artistas: mi padre es humorista gráfico y mi madre, artista plástica. Yo era el dibujante de la clase, el que hacía las caricaturas y a Clemente. Me salía tan bien que lo hacía pasar por un original de mi viejo. Muchos chicos me pedían Clementes y yo se los cambiaba por figuritas. En la adolescencia me enteré de que para ser humorista gráfico no basta con dibujar. Hay que hacer humor, que es una elaboración intelectual. Ahí me la vi más difícil. Estudié diseño gráfico un año y dejé. Entré en la escuela de Garaycochea cuando tenía 18. Poco después surgió un concurso en el diario La Prensa para elegir humorista y gané. Creo que siempre supe, siempre creí, que iba a trabajar de esto.
T.: -Siento que al principio me jugó muy a favor: estaba muy estimulado.
M.A.: -Lo más cercano al arte que tenía en mi familia eran músicos. Mi papá es guitarrista; mi mamá, cantante de tangos. No había dibujantes, así que no sabía cómo era el oficio.
T.: -Para mí era natural que aquello que se dibujaba en casa saliera publicado en el diario al día siguiente. La parte negativa fue tener que despegarme del estilo de mi padre. Hubo un largo proceso de despegue y de encuentro con mi estilo, mis inquietudes.
M.A.: -Es difícil despegarse de quien uno considera un maestro. El primer camino que uno hace es recrear al que admira para poder entenderlo. Yo copiaba viñetas de Hugo Pratt con fascinación.
T.: -Lo curioso es que yo no me veía parecido a mi viejo. Me acuerdo de un día en que mi mamá no pudo reconocer si un dibujo era mío o de Caloi. Ahí me di cuenta de lo mucho que me parecía.